San Lorenzo no llegó a este preocupante presente por casualidad, sino más bien como consecuencia de una debacle progresiva generalizada que ya lleva no menos de cuatro años. En lo futbolístico, incorporando y discontinuando contratos de futbolistas y directores técnicos cada seis meses promedio, con libros de pases deficientes entre altas y bajas. En términos económicos, firmando contratos impagables en dólares. Encima, con jugadores que ni siquiera dieron la talla en su gran mayoría. Y en lo institucional, con dirigentes que cuando priorizaron su actividad personal tiraron por la borda todo lo bueno que había hecho en el inicio de su gestiòn.
Desde el punto de vista futbolístico vale con decir que de los últimos 100 partidos oficiales por competencias de AFA (con Claudio Biaggio, Jorge Almirón, Juan Pizzi, Diego Monarriz, Hugo Tocalli, Mariano Soso, Diego Dabove, Paolo Montero y Pedro Troglio, como entrenadores) San Lorenzo ganó 32, empató 30 y perdió 38. Es decir que entre los nueve técnicos el Ciclón apenas alcanzó un 42% de eficacia. Con esos números, obviamente, nunca estuvo metido en las definiciones de los distintos certámenes ni consiguió los principales objetivos previstos.
En el aspecto económico, principalmente a causa de los elevados contratos en dólares firmados (en varios casos libre) llevaron a incrementar el pasivo azulgrana a 56 millones de dólares, de acuerdo al último balance dado a conocer. Porque el perteneciente al ejercicio 2020/21 aún no fue aprobado por la Asamblea de Socios. Y la recaudación cada vez menor por ingresos genuinos (ya sea por pago de cuota social o publicidad, por ejemplo) hace que los problemas financieros en la entidad de Boedo se acentúen y desemboquen en una catarata de cheques rebotados.
Y en el aspecto político las cosas no andan mejor en el CASLA. Desde que Marcelo Tinelli pidió licencia como presidente, se abrió un vació de poder tan grande que por ahora ni Horacio Arreceygor, vice primero a cargo del club, ni Matías Lammens, vice segundo, han podido llenar.
